La acuñación de moneda en la península Ibérica se remonta al siglo III a.C.,
Durante la alta edad media, y debido a su economía primordialmente autárquica, apenas hubo circulación monetaria.
Durante los siglos VIII y IX, la circulación monetaria fue escasa.
A partir del siglo XI, el desarrollo económico que se produjo en los reinos cristianos peninsulares utilización de la moneda como medio de pago comenzó a ser frecuente. Además, la sustitución del califato de Córdoba en 1031 por los reinos de taifas facilitó a los reinos cristianos un sistema de explotación financiera basado en las parias, tributos que pagaban los musulmanes en moneda de oro (dinares o metcales) y de plata (dirhemes). A partir de ese momento, todos los príncipes hispano cristianos comenzaron a acuñar moneda propia.
El monarca castellano-leonés Alfonso VI fue probablemente el primer rey que acuñó moneda propia. Este monarca fundó una ceca o casa de la moneda en Toledo y otra en León, donde se acuñaba moneda regis o denarios regis, moneda de vellón acuñada con la plata procedente de las parias musulmanas mezclada con una cierta cantidad de cobre. Sin embargo, lo normal era imitar la moneda musulmana, de forma que durante este reinado circularon también los dirhemes de plata. Aunque la acuñación de moneda era un derecho regio, algunos grandes señores, como el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, obtuvieron por privilegio del Rey, en 1107, el derecho de acuñación.
Durante el siglo XIII, el maravedí de oro dejó de acuñarse y fue Fernando III el Santo (en cuya persona tuvo lugar la definitiva creación de la Corona de Castilla) quien emitió una nueva moneda de oro, la dobla o castellano, basado en el dinar acuñado por los almohades. A partir de este momento, el maravedí de oro se convirtió en moneda de cuenta o imaginaria, y la dobla fue la pieza básica del sistema castellano. Esta moneda se acuñó abundantemente durante los siglos XIV y XV con una calidad excelente, llegando a equivaler en 1480 a cuatrocientos ochenta maravedís. Por su parte, desde el siglo XIII los intercambios menores se realizaron con moneda de vellón o con monedas acuñadas en plata. Con este último metal, Alfonso IX acuñó pepiones y Fernando III los llamados ‘dineros burgaleses’. Alfonso X el Sabio, en un intento de mejorar su situación financiera, acuñó en plata el ‘maravedí blanco’ y en vellón los llamados ‘dineros prietos’ y ‘dineros alfonsíes’. Pedro I intentó convertir la plata en patrón del sistema monetario y acuñó el ‘real’. Enrique III emitió la ‘blanca’, moneda de vellón de la que existieron numerosas variantes.
Desde 1350 hasta el reinado de los Reyes Católicos, el sistema monetario en la Corona de Castilla se basó en las doblas (oro), reales (plata) y las diversas monedas de vellón.
En el ámbito navarro y catalanoaragonés se adoptó el sistema Carolingio, basado en el monometalismo de la plata. El oro se acuñó esporádicamente en el condado de Barcelona con los condes Berenguer Ramón I y Ramón Berenguer I, recibiendo el nombre de ‘mancus’.
Fue Jaime I el Conquistador quien acuñó en plata el ‘denario grossos’ o ‘gros’, que equivalía a doce denarios y medio. Inspirado en esta moneda, Pedro III acuñó un nuevo dinero cuya marca característica era una cruz y que se conocía como el ‘croat’. El croat se convirtió en el símbolo monetario de un periodo de brillantez económica, pero pronto fue necesario introducir el oro en el sistema monetario catalán y emplear una moneda aceptada en los circuitos comerciales mediterráneos. Por ello, Pedro IV cambió el patrón plata por el oro y acuñó el ‘florín de oro’, que imitaba la moneda de Florencia. Las crisis de la segunda mitad del siglo XIV provocaron numerosas devaluaciones de dicha moneda, por lo que la burguesía catalana volvió a recuperar su confianza en el croat, revaluándose la plata. Durante el siglo XV, lo más característico de estos núcleos orientales de la península Ibérica fue la fuga de moneda de oro y plata al extranjero, junto con una invasión de moneda francesa, fundamentalmente escudos y blancas.
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1 comentario:
Llamar a Fernando III rey de "Castilla y León" es, cuando menos una inexactitud mayúscula.
No existía el concepto de "Castilla y León", ni en la Edad Media ni mucho más tarde puesto que los Reyes de España, hasta Isabel II se intitulaban "Rey de Castilla, de León, de Navarra, de Aragón, etc., etc.
Y Fernando III se intituló Rey de Castilla Y DE León.
Si los reinos se hubieran fusionado, como pretende alguna propaganda política interesada, en 1230, no se hubiera llegado al siglo XIX con la denominación de los diferentes reinos en los títulos reales.
En otro momento también se habla de Fernando II de Castilla y León, eso es aún más inexacto puesto que Fernando II de León fue rey privativo leonés mientras su hermano Alfonso (a quien no puede llamarse VIII puesto que no hubo siete Alfonsos anteriores que se intitularan reyes de Castilla), era rey de Castilla.
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